jueves, 27 de septiembre de 2012

"Manigua"

Ante el inminente nacimiento de su enésimo hermano, Muthahi recibe un férreo mandato paterno: a partir de entonces su nombre será Apolon y deberá regir sobre su clan tribal. Pero, antes, estará obligado a viajar hasta los distritos costeros y traer de regreso una vaca para sacrificar el día del alumbramiento; de lo contrario, será condenado a morir de sed. Años más tarde, el propio Apolon acompaña a su agonizante hermano en un desolado hospital de provincias. Para mitigar sus últimas horas, decide contarle la historia de esa misión que precedió su llegada al mundo: construir un relato que bordea la consistencia del mito.

En Manigua (una novela swahili), Carlos Ríos va desgranando el diario improbable de una leyenda que no se refiere al pasado ni al futuro, sino a un presente cuya permanente descomposición adquiere la naturalidad de lo cotidiano y de lo inevitable. Una apuesta radical por despojar al lenguaje hasta volverlo hipnótico transforma esta obra en una cartografía anotada de la catástrofe personal. Un estudio antropológico cuyo sujeto se extravía dentro del alucinado universo geográfico que lo contiene, lo sabotea y lo constituye.
"Manigua"
Carlos Ríos
ISBN: 978-987-24797-2-5
Entropía
64 págs


























Fragmentos

1
Hacia allá, dijo, y escaló lo que parecía un promontorio hecho para la meditación. Nadie lo siguió. Desde la discusión que había tenido con su padre, los hombres del clan no tomaban en cuenta las observaciones de Muthahi. Sin embargo, el patronato lo había elegido para encontrar la señal que impulsara a su pueblo a moverse en dirección al mar, hacia la provincia costera.
2
A los pies de Muthahi, la ciudadela de cartón relucía como el cuerpo de un animal puesto a secar. El joven observó la gran cicatriz que cruzaba de norte a sur y allí, entre los volcanes extinguidos y sus lagos, otra ciudad, que en su empeño por sobrevivir negaba a la suya. Contra sus pobladores lucharían. En la cicatriz crecían ojos de agua: Baringo, Bogoria, Nakuru, Elmentaita, Naivasha y Magadi. Más arriba, en la sierra de Laikipia, los animales soñados o imaginados que Muthahi quería, sin objeto aparente, arrebatarles a los dioses.
3
Meses atrás, Muthahi había atacado a unas mujeres que se bañaban en uno de los lagos volcánicos sin poder atrapar siquiera una, por lo que se contentó con masturbarse frente al ídolo de madera. Cuando su padre lo vio salir del templo construido con tubos de plástico, creyó que Muthahi había encontrado por fin el nuevo mapa con el cual podrían moverse en el camino, sin temor a ser aniquilados por los kikuyus.

4
Nada será como Muthahi lo ha diseñado en su mente, dice uno de los hombres kamba mientras desolla un animal con el cuello de una botella. ¿Has estado allí?, pregunta el que sostiene entre sus manos la cabeza del mamífero. ¿Dónde? En su mente. Envuelto en una túnica naranja, el padre de Muthahi arrima dos cubetas para recolectar la sangre. Cuando se va, los hombres siguen con su plática swahili. Uno dice: Hay un punto en el cual el cuerpo se deteriora o la mente se deteriora y es difícil saber qué es peor. El otro: ¿Estar lúcido en un cuerpo que colapsa o un cuerpo sano con una mente que se desintegra? Ambas alternativas me parecen horribles. Me quedaría con otra de las mentes. El primero dice: Nadie tiene dos mentes. El otro: Ver el cuerpo caer a pedazos debe ser una tortura pero el acecho de la demencia es un pájaro al que nadie le gustaría ver en el aire. Dice el primer hombre, mientras la sangre que sale del cuello del animal sagrado es vertida en una de las cubetas: Es un insulto a sus mentes. Y el otro: ¿Has estado allí? ¿Dónde? En su mente. Así dicen, al cabo de unas horas enmudecen. El hombre más bajo corta la cabeza del animal y la deposita a los pies del ídolo de madera. En su libreta de hojas bordadas en oro, Muthahi dibuja unas palabras dichas por su padre el día anterior. "Al llegar a la tierra de nuestros antepasados no vamos a conseguir ni lo que más deseamos ni lo que más tememos."

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