viernes, 11 de enero de 2013

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"Uno nunca termina de leer, aunque
los libros se acaben, de la misma manera
que uno termina de vivir, aunque la
muerte sea un hecho cierto"

Roberto Bolaño

"La amante de Stalin"

Esta autora tiene algo para decir, y lo escupe desde la tripa, sin pedir permiso, sin presentar sus credenciales. Esto es lo que hace única a La amante de Stalin: no tiene género ni sufre del típico síndrome autista de las novelas sin género.




"La amante de Stalin"
Luz Marus
Pánico el pánico, 2012
ISBN: 9789871917013



















Reseña de "La amante de Stalin"
Por Juan Manuel Candal




Cuando recibí el ejemplar de La amante de Stalin, lo primero que noté fue que tenía la punta inferior de la tapa notoriamente doblada hacia afuera. En ese momento no saqué conclusiones, pero no es una imagen gratuita: el libro, con su portada en gama de grises, es un objeto pequeño y bello; el descuido con el que el ejemplar había sido tratado, ese pequeño quiebre que formaba un triángulo y deslucía la presentación del volumen completa la mejor síntesis que se puede hacer sobre el contenido.

Tirame las tropas, que me gusta.

Toda la novela de la debutante Luz Marus se puede leer como una suerte de carta neurótica de amor y despecho. Es una lectura limitada, por supuesto, una mirada frívola e incompleta, pero la autora le permite al lector ingenuo llevarla a cabo. En realidad, casi no hay argumento en estas páginas atomizadas. Lo que Marus hace desde el primer momento es ofrecernos una entrada a su mundo, a sus obsesiones, a su mente. Quiere contagiarnos su neurosis, que autor y lector compartan una folie à deux. Y para eso es necesario que nos cuente que conoció a un afamado escritor algún tiempo atrás, un hombre al que le pagaba por ayudarla a corregir su primer manuscrito. Como la narradora nos cuenta en uno de los párrafos más logrados:

«Leíamos de a dos. Yo tenía que mandarle una copia por mail y llevar una impresa para hacer correcciones en lápiz. Él leía desde su notebook y yo en voz alta. […]. Mientras yo leía, escuchaba que él decía: “punto”, “coma, “punto”, “coma”. Y yo tachaba y agregaba puntos y comas con mi lápiz. ¿Cómo puede ser Stalin? ¿Sólo tenías para corregirme los puntos y las comas? ¿Y el resto? ¿El contenido? ¿No era todo un desastre? “Punto”, “Coma”, “Punto”, “Coma”. Stalin me enseño dónde poner los puntos y las comas. Yo ponía demasiadas “comas” y él me ponía los “puntos”. Stalin, en mi vida, me puso los puntos.»

Stalin es el nombre con el que la narradora bautiza a su mentor. Pero lo que comienza como una relación de maestro y discípula pronto se convierte en una enfermiza historia de amor. Stalin es un hombre casado, de clase media, asentado en una vida algo burguesa y aburrida pero que, de entrada queda claro, no piensa abandonar. La narradora, que viene a llamarse Luz, casualmente —o no—, utiliza los elementos de esta pasión neurótica para abordar también una mirada sobre el acto de escribir, sobre sus propias limitaciones y —cuando su maestro la abandona—, sobre la orfandad de una figura paternal literaria.

«Puede ser tan fácil la vida cuando hay amor de verdad. Puede ser tan tediosa cuando no lo hay. Qué obviedades estoy escribiendo. Stalin acá me diría: “Eso es un lugar común, es una pelotudez. No lo expliques, no lo explicites, contalo. Contá la anécdota y punto”. Eso me diría. Pero esta vez no está para corregirme y por eso en esta novela hay frases que van a sobrar. Frases que explican de más. Que cuentan lo que la situación misma ya está contando.»

Luz, la narradora, quiere ser aceptada, quiere ser comprendida y querida. Lo busca en cada cosa que hace, incluso con su escritura. Un proceso que, de tan obvio, deja de ser artificial para devolver al texto a una primera instancia de fragilidad con la eterna gracia de la niña naif como figura de soslayo.




Los rieles los elijo yo.




Sin embargo, el trasfondo de la novela es el del mundillo literario local. Se mencionan todas las instancias del proceso de publicación: la escritura, la corrección, las discusiones con posibles editores, la insistencia con las editoriales, los submundos del ambiente y hasta los modos de recaudar fondos para el lanzamiento. Para dotar de un efecto realidad instantáneo a su elenco de escritores invitados, Luz los va nombrando y cuenta pequeños detalles de cada uno —a veces no más que una simple percepción—, sin jamás dejar de hacer explícito que se trata de su mirada. Entre otros, desfilan Daniel Guebel (con una escena memorable al comienzo del libro), Gonzalo Garcés, Robertita, Lola Arias, Fernanda Laguna, Alberto Laiseca, Sergio Bizzio y César Áira. Este monster parade vernáculo puede parecer un tanto alienante para quien no conoce el ambiente, y sin embargo, no lo es, porque, recordemos, estamos mirando el mundo a través de los ojos de la narradora. No importa si sabemos quién es Bizzio o quién es Guebel. Importa que están retratados de un modo que siempre nos dice algo sobre Luz, y la persona con la que emprendimos el viaje es ella.

Así dicho, igualmente, puede que siga sonando a novelón chismoso. Pero los devaneos de la narradora respecto de estos nombres es sólo uno de los rieles sobre los que se desplaza el Expreso Marus. Esto queda claro, y legitimado, cuando reconocemos el otro riel. Ahí es donde encontramos inmensa cantidad de ideas, situaciones y comentarios a caballo de figuras míticas como Chaplin, Carlo Ponti, Sofía Loren, Stephen King, Platón, Cervantes, Kierkegaard, Marguerite Duras, Proust, Jean Renoir, Tolstoi, Fellini, Giuletta Massina, Orson Welles, Lou-Andreas Salomé, Freud, Beckett y el recién llegado Fogwill. Como sucede con el final de 8 y ½ o El Gran Pez, estos nombres circulan a lo largo de la novela para reconfortar a la narradora. Para explicar su obsesión con los amores simbióticos, para abrazarla cuando el goce del regodeo en la miseria propia se vuelve insoportable. La inteligencia de la autora está en no hacer esto de modo explícito —diría más: arriesgo que ella ni siquiera es conciente de que está haciéndolo—, y dejar que un sinfín de ángeles cinematográficos y literarios inunden su mundo y sus páginas, y por lo tanto, nuestra lectura y nuestro imaginario.




Tres por uno: me llevo el libro.




Sin embargo, la novela depara algunas grandes sorpresas en medio de su lectura. Luz nos dice que Stalin tiene mucho de Hemingway, quizás algo de Dostoievski y una marcada conexión —al menos en su cabeza— con el Marqués de Sade. Lo que hace entonces la narradora es pausar su relato y diseccionar a estos tres autores, citando un párrafo de cada uno de ellos e iniciando luego una especie de diálogo en el que ella habla por los dos. Cuestiona la cobardía de un Hemingway que suena fantástico como hombre derrotado en su literatura, pero patético como ejemplo de amor apasionado. Encuentra en Dostoievski la figura del atormentado errático que quiere ser amado y sin embargo aleja toda posibilidad real de que esto ocurra. Y trae al Marqués hasta su cama para contarle cómo influyó en su adolescencia, en su descubrimiento pulsante y pensante de lo erótico.

Más adelante, la narradora citará una canción, “Por ese palpitar”. Dice «es la forma, lo canta Sandro y suena impostado, lo canta Vicentico y suena verdadero». Pero también está hablando, sin querer, sobre su propia escritura. Sandro era pura impostación. Vicentico canta desde la tripa. Lo mismo sucede con este relato, que se devora en una sola lectura larga y que suena a canción trasnochada, embebida y lunática.




Kurt Cobain también desafinaba, si vamos al caso.




Volvemos al comienzo. ¿Por qué la imagen de la portada con la esquina torcida y quebrada? Porque así es La amante de Stalin, novela que está plagada también de torpezas: un lenguaje coloquial que por momentos irrita —sobre todo, porque a diferencia del Loser de Robertita, Luz tiene un notorio bagaje literario a cuestas—, repeticiones de palabras que una revisión hubiera pulido, problemas con comas y erratas varias. Esta desprolijidad no es poética. No añade nada al libro, excepto denunciar cierta indulgencia a la hora de corregir. Irónicamente, la pulsión por publicar —que reemplaza, de algún modo, al objeto-de-deseo-Stalin—, sirve como excusa, pero no nos engañemos: a esta novela le hubiera hecho falta un trabajo más prolijo de corrección. Dado que “La corrección” es uno de los capítulos, hay que decir que en cierto modo ese apartado suena irónico.

Hacia el final del libro, Luz quiere tomarse un anís cuando le comunican una traición inesperada. Nos remite a aquello mismo que unas cuantas páginas antes, le recriminaba a Hemingway. Ahora el arco está completo. En el medio, incluso, se permite contarnos el argumento de una novela que no escribirá, y hasta cambiar a tercera persona para incluir un relato a modo de cuento insertado en medio de la trama principal. Aquí es donde Luz sale victoriosa. Porque las erratas se pueden revisar en futuras ediciones e incluso nunca es tarde para encontrar quién termine aquellas lecciones sobre puntos y comas. Pero esta autora tiene algo para decir, y lo escupe desde la tripa, sin pedir permiso, sin presentar sus credenciales. Esto es lo que hace única a La amante de Stalin: no tiene género ni sufre del típico síndrome autista de las novelas sin género. Se parece más a un parque de atracciones que a un argumento. Pasa de largo de las melodías de conservatorio para hacer un impromptu de fusión con actitud punk. No hay técnico de sonido ni auto-tune. Y para el caso, Kurt Cobain también desafinaba. Eso no le impidió conmover a una generación entera con sus canciones.






"Nudos del amor"


¿Cómo llegan los seres hablantes a hacer pareja sin contar con el eficaz expediente del instinto? Esta pregunta guía a Nieves Soria Dafunchio en este nuevo paso de su investigación de la clínica nodal, luego de recorrer los campos de las psicosis y las neurosis, para internarse en el oscuro terreno del amor, más allá de la psicopatología, en esos márgenes en los que la estructura despliega su máxima libertad, descompletando los universales. Desde el amor cortés hasta los desamores en disneymundo, pasando por el desplazamiento cristiano del amor y el amor de transferencia, un recorrido por los avatares del amor en Occidente desembocará en una clínica de la pareja-síntoma. En efecto, apoyándose en indicios de las última enseñanza de Lacan, la autora arriesgará el diseño de los nudos del hombre en posición viril, del soltero, del hombre estragado por su madre, del varón histérico, de la mujer fálica, de la mujer sola, de la mujer estragada por su madre, de la mujer estragada por un hombre, de la mujer histérica, de la mujer obsesiva, de la mujer en posición femenina. Finalmente el comentario minucioso de varios casos clínicos desembocará esta vez en singulares nudos del amor.

"Nudos del amor"
Nieves Soria Dafunchio
Del Bucle, 2011
ISBN: 9789872101169




"Virilidad"



En un futuro no muy lejano –casi un presente si nos atenemos a la seguridad poco literaria del cálculo aritmético–, un personaje longevo narra la historia de Elia Gatoff, inmigrante judío europeo arribado a Nueva York, devenido poeta y fallecido tempranamente, que supo gozar en vida de una fugaz y altísima cuota de fama. 
En Virilidad, que fue publicada por primera vez en una revista literaria y luego en la compilación de relatos The Pagan Rabbi and Other Stories (1971), Cynthia Ozick define minuciosamente a los personajes, confirma una vez más su habilidad para el diálogo y crea una fábula sobre los misterios del talento poético y los riesgos de la usurpación de personalidad.



Cynthia Ozick nació en Nueva York en 1928, ciudad en la que aún hoy reside. Narradora, ensayista y crítica literaria, es una de las escritoras norteamericanas más importantes de la actualidad. En castellano se han publicado Levitación (1987), El Mesías de Estocolmo (1989), El chal (1991) y Los últimos testigos (2006). Ha recibido, entre otras distinciones, dos premios O. Henry y el prestigioso Rea Award por sus relatos, el National Book Critics Circle Award por su trabajo como crítica literaria y una beca de la Fundación Guggenheim.



«A su narrativa breve, Cynthia Ozick le confiere cualidades de gran escala, majestuosas, generosas (...) Sus relatos tienen la misma escala aunque no las dimensiones de una novela. La imaginación de Ozick fluye naturalmente hacia lo fantástico y lo sobrenatural, y esos elementos aparecen en sus relatos con la misma naturalidad de los hechos cotidianos». (The New York Times)

"Virilidad"
Cynthia Ozick
Bajo La Luna, 2008
isbn: 978-987-9108-50-5


"Escupir"


La primera novela del periodista Hernán Firpo, “Escupir”, protagonizada por un hombre gris cubierto de fracasos, incluye como yapa el “Diario de un escritor de ficción” donde el autor cuenta sus peripecias para lograr que el libro sea publicado.

Firpo considera que la vida de Román, el personaje de su obra (Mondadori) es de un “costumbrismo “hardcore’, empapado por las canciones de Andrés Calamaro: “Es un tipo de clase media, de una vida gris, que se reencuentra con su amor de la infancia y desde ese momento recrudecen todas sus frustraciones”.

En el insert “Diario de un escritor de ficción”, que primero se publicó on line en el blog “La Lectora Provisoria”, el periodista desnuda entretelones del mercado literario y los tejes y manejes necesarios para lograr la publicación de un libro. Sobre todo esto, Firpo charló con Télam:

—¿Qué querías contar en “Escupir”?
— Cada capítulo es un estado de ánimo y el libro es el estado de ánimo de un personaje harto, al que nunca le funcionaron las cosas. Es la historia de la impotencia, la historia del fracaso, de un tipo frustrado. Lo titulé “Escupir” pensando en que el escupitajo es un gesto un poco cobarde, como escupir a alguien cuando te estás peleando. Pero en la novela el escupitajo es un desborde de impotencia.
— ¿El personaje tiene cosas tuyas?
—Me hubiera gustado que fuera autobiográfica y no me salió, no tengo la vida de Herman Melville, que era marino mercante, podía atravesar los océanos y encontrar una ballena y generar cosas a partir de su novela. Parto de tópicos comunes, como un tipo de clase urbana, media, que tiene una vida común. Creo que partiendo de esos tópicos también se pueden generar cosas, sin caer en que en la literatura es imposible que una vida tan gris genere atracción. Así me descubrí escribiendo ficción, porque creo que lo autobiográfico no existe, cuanto más te acercás al recuerdo, más te alejas de la evocación y más cerca estás de la recreación.
Volviendo a la pregunta, Román es una mezcla de personaje que tiene que ver con algo de mi infancia y lo yo que era en ese contexto. De un chico que cambió varias veces de colegio y al que jugar bien al fútbol le permitía que esos cambios no fueran tan dolorosos. Me acuerdo que al primer picado y cuando me veían jugar, ya había saltado un par de casillas del proceso de conocimiento de mis nuevos compañeros. Además, el personaje es de Vélez como yo y mi viejo, Norberto Firpo, que escribió un par de novelas e hizo menciones “velezanas’ y yo quería seguir esa tradición.
— ¿Pero existió una Marina en tu vida?
— Marina existe en la vida de todos, todos los hombres tenemos una mujer que te enamoró a los 12, 13 ó 15 años y que te dura la toda vida, una asignatura pendiente. Si no fuera así no existirían las reuniones de egresados, de ex compañeros que se ven después de 10 años. Es que tenemos la idea latente de cómo está esa persona, cómo la trató la vida, ese morbo...
Costumbrismo hardcore
—¿Y como definirías “Escupir”?
—Es una especie de novela de costumbrismo hardcore, de un costumbrismo al que Adrián Suar no se le animó todavía. El personaje va a la cama con la mujer de sus sueños y le va mal y eso coincide con una época en la que el hombre se está animando a contar que la primera vez no es tan brillante como dicen.
En ese marco es necesario decir que Hollywood no hizo nada por el hombre, porque para el cine estadounidense lo sexual es algo anecdótico y los hombres sabemos que no es así, se juegan muchas cosas en la cama. Por eso no cuentan cuando les va mal y eso me lleva sospechar de los tipos a los que sexualmente les va siempre bien.
— ¿Por qué le agregaste el insert del escritor buscando editor?
— Que salgan los dos juntos es una idea del editor de Mondadori, Luis Chitarroni. Lo que sucedió es que cuando escribí la novela, antes de publicarla me invitaron y la colgué en el blog de Quintín (Eduardo Antín). Hubo mucha gente que la leyó y tuvo muchos comentarios. Entonces, Quintín me dijo de escribir una segunda parte y ese día en el colectivo 168, se me ocurrió agregar como secuela las situaciones que vive un escritor al buscar a alguien que le edite la novela.
Y armo un diario donde voy contando todo, cómo se mueve el mercado editorial, cómo hay que hacer para publicar, y se transforma en una secuela, porque también es una historia de frustraciones e impotencia. Pero el diario termina luego de la reunión con Chitarroni: ahí él me dice que ya había leído la novela en el blog y que le gustó mucho.

Adrián Mouján


"Escupir"
Hernán Firpo
Mondadori, 2009
ISBN: 9789876580229