jueves, 18 de octubre de 2012

Menú 18 de Octubre - Operación Mamita Querida! (4)



Entrada"Poetas Argentinas 1961-1980" Selección por Andi Nachon

Vino de la casa: "Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales" Hildegarda de Bingen


Plato principal"Aire tan dulce" Elvira Orphée

Postre: "Eramos unos niños" Patti Smith














"No se nace mujer:
llega una a serlo
"
Simone de Beauvoire

"Poetas argentinas (1961-1980)"

La antóloga, Andi Nachon, tiene como toda antóloga que se precie, una primera voluntad. La voluntad de huir. Hereda la lectura de esta generación que sigue a la de las Poetas argentinas 1940-1960 que contribuyó antes y en otro libro, a delinear Irene Gruss. Nachon, también poeta, tiene ante su mirada una serie de voces muy diversas, que si algo la define es que aún no es serie, ni siquiera cuerpo ambiguo. Muchas de las autoras son poetas muy jóvenes, sin libro publicado todavía. Otras en cambio, como Prado, Belloc, Medrano y Porrúa, con estilos definidos dispuestos incluso a desandarse ante la vista de quiénes ahora se encuentran con poemas de distintas etapas.

E inmediatamente después del primer gesto de huida, aparece la segunda voluntad que impulsa a toda antología, fusión de tres dones: capricho, gusto y arte de coleccionar. El resultado es un libro generoso –y éste es el signo que cuando está, disculpa al género de todas los olvidos en los que pueda incurrir– que sin dudas permite el descubrimiento.

Poetas argentinas da cuenta de modos muy personales de encarar la escritura: la búsqueda angustiosa de un estilo, el trabajo sesudo en los límites perversos de la gramática, la sintaxis y el sentido, la aparente libertad de la performance y de los juegos de asociación. Una tentanción, la de simplificar, encuentra temas que regresan desde territorios de poetas que hoy son abuelas: la figura de la madre, la muñeca perdida, la infancia rota, el detalle de la vida doméstica y domesticada.

Pero eso tienen de bueno las antologías, al volverla a leer, otra tentación hará que se encuentren nuevos temas, voces cuyo trayecto den ganas de seguir más de cerca.

Liliana Viola




"Poetas argentinas (1961-1980)"
Andi Nachon (Selecc y Prólog)
ISBN: 9789875590915
Ediciones del Dock

301 páginas







"Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales"


Hacia el año 1150, Hildegard de Bingen reunió sus composiciones y formó con ellas un ciclo lírico completo al que llamó «Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales», corpus que incluye la notación musical de la propia autora. Las canciones de la Sinfonía fueron compuestas para diversas ocasiones litúrgicas, para las horas canónicas, las fiestas de los santos, la consagración de una capilla y para algunas de las fiestas del ciclo litúrgico destinadas a Dios, a la Trinidad, o a María. De acuerdo con su pensamiento, la música y el canto, en particular, eran una actividad humana por excelencia; por ello, en muchos de sus escritos la visionaria desarrolló sus ideas sobre la importancia y trascendencia de la música en la historia humana. Este pensamiento se expresa en el ordenamiento de las canciones, fundamentado en una concepción jerárquica del mundo; esta jerarquía, evidente en el orden de aparición de las canciones, hace pensar en un “relato” subyacente, a saber, una «Historia Sagrada».
En la recuperación reciente de la obra de Hildegard —sus textos visionarios, médicos, científicos, además de su epistolario— parece claro que su poesía lírica y dramática ha sido relativamente descuidada por la crítica literaria; por el contrario, la Sinfonía y su Ordo virtutum han sido muy valorados por musicólogos y artistas, que han estudiado y ejecutado sus obras. De ahí la importancia de esta traducción, la primera versión íntegra en lengua castellana, que pone a disposición del lector la lírica hildegardiana, caracterizada por su verso libre y por el uso de un latín poco pulido.

"Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales"
Hildegarda de Bingen
ISBN: 978-84-8164-644-3
Editorial Trotta

"Aire tan dulce"

Las mujeres de una familia provinciana que escapan del calor enorme sentadas en ronda en el patio y el llamador que nadie quiere levantarse a responder sonando para perturbar la incomunicación que las condena unas a otras. Secretos, heridas oscuras, “viejas culpas que las convierten en seres profanos”, venganzas que no terminan de consumarse, todo lo nunca dicho que las une más que el amor. El rencor recorre la historia como un zigzagueo eléctrico, los desencuentros se reiteran casi como una necesidad para que el destino de dolor en la reseca chatura de la ciudad pueblerina se cumpla todas las veces.


En un momento alguien le dice a Oriental: “Te tocó demasiada hija para tus fuerzas”. Atalita Pons, demasiada hija, un ser marcado por el desamor temprano y el desconsuelo de una inteligencia inútil, por el silencio en el lugar de la palabra, la piel sin caricia y la mediocridad, por la mentira como un cerco, heridas intangibles que mantiene abiertas quizá para confirmar que el único camino posible frente a los otros es la burla y la crueldad.

Negar la necesidad de amor, disimular el dolor contra un telón de verde placidez tumefacta, “un idílico decorado de jazmines destinado a ocultar lo terrible”, la fetidez, la bajeza. Allí, en ese escenario de escasas alternativas, Atala Pons y sus hazañas malditas, los desafíos con que la enfrenta su compromiso cada vez mayor con la rebeldía y que ella acepta sin confesar el miedo; Félix Gauna, una especie de desdoblamiento varón de ella, contaminado asimismo de desprecio, enfermo de rencor por el padre mentiroso y mediocre, por la madre santurrona y la hermana fea, aspirante al peor de los hombres ya que la injusticia escolar le impidió avanzar por el camino del mejor; Miguel Angel, Beatriz, Tito Ceramico, la Veva, ellos y otros, todos atentos a la blancura de su piel, los que descienden de los héroes y los que se mueren de hambre y mugre como sus oscuros antepasados indios, empeñados todos en separar las mitades mutuamente dependientes de una realidad única hecha de soledad, odio y violencia.

Las escenas en el burdel de la Lucía, donde se encuentran y desencuentran todos los personajes jóvenes, nos impacta como la versión acriollada de una pintura de Toulouse Lautrec. No faltan las traiciones conducentes a botellazos y peleas violentas, la cocaína, el alcohol, los ojos detrás de los balcones, los murmullos, el menosprecio de los varones por las mujeres seducidas, las redadas policiales.

Pero es Atalita, sobre todo, demasiada nieta de la abuela Fausta, Mimaya, la que más la ama, la que la imagina y la comprende, la que jamás le dice lo que siente: que la reencarna, que justifica su vida. Quizás hasta demasiado personaje sea Atala, que nos envuelve en los tules azulados de su propia confusión y su miedo, de la incoherencia de su pensamiento que se traslada de una idea a otra como una mariposa borracha, mientras Elvira Orphée, sin embargo, logra que todo se conecte perfectamente y el dibujo se arme y nos roce el alma.

Esta novela fue escrita y publicada por primera vez en la década del 60, época del advenimiento de la mayoría de las vacas sagradas del estallido estético de las letras latinoamericanas. Resulta del mismo movimiento argentino de expansión y exploración que vio surgir a Julio Cortázar, Manuel Puig, Marco Denevi, Antonio Di Benedetto, Héctor Tizón, Sara Gallardo, Haroldo Conti. Esta afortunada reedición de Aire tan dulce, quizás la principal de las cinco novelas de Orphée –ganadora de dos Premios Municipales de Novela, en 1967 y 1969–, identifica a su autora como integrante por derecho propio de esa generación a la que reconocemos por haberse atrevido a dar la espalda a tantos modelos consagrados por el uso, aventura a la vez individual y colectiva, es decir, recta y 
circular, destinada a decir otras cosas de otro modo, a buscar recursos nuevos, a apelar a un manejo poético del lenguaje que nos conmovió entonces y vuelve a conmovernos hoy, con el inevitable agregado de la nostalgia.

Alicia Plante

"Aire tan dulce"
Elvira Orphée
ISBN: 9789879108666
Bajo la Luna

288 páginas




"Éramos unos niños"


Cuando Patti Smith escribió Éramos unos niños ya no era tan niña, ya había llegado a su madurez artística e intelectual. Y sobre los acontecimientos que escribe en este volumen de sus memorias, ambos protagonistas, Robert Mapplethorpe y ella, tampoco eran tan niños, eran dos almas gemelas que se necesitaban para crecer y, evidentemente, lo hicieron. Crecieron como personas, crecieron como artistas y crecieron como genios.
Robert Mapplethorpe fue una parte muy importante en la vida de la cantante y escritora

Cuando dos genios se encuentran es como cuando dos estrellas chocan en el firmamento, la explosión se produce, pero no la vemos hasta miles de años después. Cuando ellos se encontraron en la calles de Nueva York ocurrió algo parecido, los resultados fueron inmediatos pero nosotros no los vimos hasta muchos años después, cuando la madurez artística suplió a la adolescencia creadora y rompedora. Cuando la evolución que todo ser humano padece, transciende los medios de comunicación y se hace accesible al público en general.

“Yo estaba durmiendo cuando él murió”, así comienza el libro de memorias de la cantante y poeta Patti Smith. Muchas veces lo más importante nos sucede cuando estamos durmiendo y nos enteramos horas después. A Patti Smith aquel día la despertó la llamada del hermano de Robert para comunicarla lo que había ocurrido. Se acabaron de golpe 22 años de relaciones, de complicidades y de ambigüedades. Se acabó una colaboración fructífera por la gran lacra del siglo XX.

El libro comienza en 1967, cuando se conocieron casualmente en Nueva York y acaba en 1989, cuando Robert fallece tras una larga enfermedad. En esos años ocurrieron muchas cosas, fueron los años decisivos para Estados Unidos y para la cultura pop, que comenzó y se desarrolló en esos años, donde la Factoría de Andy Warhol desempeñó un papel estelar que influiría a artistas de diferentes ámbitos como la pintura, la música, la escultura, la fotografía, etc.

Patti Smith llegó a Nueva York después de tener un hijo a los 19 años y darlo en adopción. Llegó a la gran manzana con un único fin: escribir, “por Rimbaud escribí y soñé”, confiesa en las páginas del libro. Y escribió durante muchos años de forma solitaria, sin que nadie la leyese salvo Mapplethorpe, que poco a poco la fue influenciando, modelando, al igual que ella hizo con él. Ambos se ayudaron en sus carreras, pero terminaron creciendo hacia posiciones diferentes.

El libro cuenta las vicisitudes y problemas por los que tuvieron que pasar para conseguir su camino artístico. Sus privaciones, su vida en común, sus relaciones. Patti Smith lo cuenta absolutamente todo en el libro, su larga relación sentimental intermitente, hasta que Robert encuentra su verdadera sexualidad, hasta que en cierto momento la llega a confesar que sólo había tenido relaciones con una única mujer: ella. Y también cuenta sus relaciones con artistas como el escritor, guionista y actor Sam Shepard, que cuando le conoció era batería del grupo The Holy Modal Rounder, el poeta Jim Carrol o el músico Allen Lanier, teclista y guitarrista del grupo de rock psicodélico.

Pero no sólo se queda con eso, cuenta sus viajes a Europa en busca de la poesía, cuenta sus dificultades en sus trabajos, cómo tenía que vender libros en una librería y cómo restauraba los libros que compraba a bajo precio en las librerías de saldo. Cuenta las noches en vela escribiendo poemas o ayudando en sus obras a Robert. También cuenta dónde vivía. Una larga temporada la pasaron en el famoso Hotel Chelsea donde conocería a muchos artistas y músicos. Sus visitas a los locales de moda y a las salas de conciertos como el Fillmore East, donde escucharía desde Bob Dylan hasta Jefferson Airplane, pasando por Jimmy Hendrix y Janis Joplin, conformarían lo que sería su posterior carrera como músico.

Un encuentro casual con el productor y cantante Todd Rudgren haría que su destino fuese cambiando paulatinamente. Después de unas breves apariciones como actriz en pequeñas obras, aceptó leer sus poemas en un escenario; eso la condujo a añadir música a esas representaciones y el paso siguiente fue musicar sus poemas con la ayuda de diversos amigos. De ahí a grabar su primer disco en 1975, el famoso Horses, que la impulsaría como cantante y compositora a nivel mundial.

Su relación con Robert Mapplethorpe no decayó y siguieron colaborando, aunque esporádicamente, él fue el autor de su primera portada, él fue el autor por excelencia de la polaroid y el libro está lleno de esas muestras. Los dos continuaron creciendo hasta que la muerte segó esa colaboración, pero quedan sus obras conjuntas, queda la historia de dos artistas pop por excelencia y lo que Patti Smith ha sabido hacer a la perfección es dejar ese recuerdo por escrito.

Su libro tiene la poesía de la vida, su libro tiene el sentimiento trágico de la muerte, tiene el testimonio de cómo se realiza un proceso de creación. Tiene todo eso y la pasión por la vida, la superación de las dificultades cuando se tiene un proyecto que merece la pena. Patti Smith se convierte en el libro en una narradora sólida, minuciosa y de una fuerza que para sí la quisiesen muchos escritores que pululan por el mundo.

Su libro es el testimonio puro del estallido del pop americano y las consecuencias que tuvo. Su libro es la rebeldía de quien no se conforma con lo que es y quiere mejorar. Ha escrito una obra imprescindible para quien quiera conocer unos años que cambiaron la música, unos años que cambiaron el mundo.

"Éramos unos niños"
Patti Smith

ISBN: 9788426414052
Lúmen