lunes, 3 de diciembre de 2012

"Museo de la novela de la Eterna"

Macedonio Fernández definió las condiciones para una poética de la novela en la Argentina y estableció en Museo de la novela de la Eterna las bases de una historia del género. Propone una relación directa con las grandes poéticas europeas del género y defini ahí la especificidad de la tradición. No piensa en el referente ni en la localización sino en los usos (irreverentes) a que somete los procedimientos y las formas del género. Sencillamente inventa una historia nueva, funda el origen: escribe la primera novela buena y anula la tradición anterior. Con este acto que borra todo contexto se integra en la más típica de las tradiciones argentinas. Ricardo Piglia Fragmento de Conversaciones imposibles con Macedonio Fernández Este novela, ordenada por Adolfo de Obieta, trasciende el marco de las letras latinoamericanas y permite suponer que toda literatura de vanguardia, de alguna manera, tiene un punto de contacto con esta singularísima propuesta macedoniana.
"Museo de la novela de la Eterna"
Macedonio Fernández
ISBN: 978-950-05-1585-6

Corregidor


por Mario Goloboff

"Museo de la novela de la Eterna" es un texto que Macedonio pensaba publicar y hacer vender junto a "Adriana Buenos Aires"; este llevaría como subtítulo “última novela mala” y aquél “primera novela buena”, con un prólogo en común titulado “Lo que nace y lo que muere”; en común, ya que en el proyecto macedoniano no se trataba de dos textos sino de uno solo, el que justamente demostraría en esa indisolubilidad su consistencia. No sabemos qué impedimentos frustraron la empresa; acaso para la época fuera descabellada.
Publicó No toda es vigilia la de los ojos abiertos(1928), Papeles de recienvenido (1929), Una novela que comienza (1941). El texto que por muchos motivos se considera mayor, Museo de la Novela de la Eterna (1967, póstumo), se debe al generoso trabajo de busca, recopilación y ordenamiento seguido por su hijo, Adolfo de Obieta. Es una elaboración teórico-práctica admirable (y anticipada en décadas a las reflexiones del Nouveau Roman, que revolucionaron la escritura de la novela) sobre el arte de escribir, el tema en la narración, sus personajes, su autor. Museo... es una novela en la que poco se cuenta, y a través de sus 56 prólogos, 20 capítulos y algunos títulos aislados, se intenta dar cuerpo a lo que bien ha llamado Noé Jitrik “la novela futura”.
Porque lo que se pone en tela de juicio, en la redacción misma, es la concepción de la novela. No caben, con referencia al arte o a la narrativa, las más mínimas dudas en el espíritu de Macedonio; sus personajes son “caballeros–no–existentes”, puesto que él no confunde los planos: “Yo quiero que el lector sepa siempre que está leyendo una novela y no viendo un vivir, no presenciando «vida»”, y más adelante justifica sus acciones “para desafiar con lo artístico lo verosímil, lo pueril verosímil”.
Macedonio impugna la concepción antropocéntrica del personaje como sujeto de aventuras en un mundo semejante al real. Crea el personaje que no existe, Deunamor, el No Existente Caballero, “cuya consistente fantasía es garantía de firme irrealidad”, y junto a él los “personajes efectivos”, los “personajes frágiles”, los “desechados ab initio” y muchos otros por el estilo, donde no falta también el “personaje perfecto, por genuina vocación, contento de ser personaje”, y cuyo nombre es, naturalmente, “Simple”.
Descentra lo personal de la región del arte, postula un extrañamiento: lo que para el marxista Bertolt Brecht fue necesidad de distanciamiento y de objetividad del espectador, con el objeto de lograr una correcta elaboración del juicio crítico y una participación más consciente en la vida social, para el así catalogado “idealista” Macedonio fue también imperiosa necesidad de problematización, de separación, de lucidez: “En el momento en que el lector caiga en la Alucinación, ignominia del Arte, yo he perdido, no ganado lector”/.../“...ante lo difícil que es evitar la alucinación de realidad, mácula del arte, he creado el único personaje hasta hoy nacido, cuya consistente fantasía es garantía de firme irrealidad en esta novela indegradable a real: el personaje que no figura”.

Museo… termina con un Prólogo final titulado “Al que quiera escribir esta novela”, y donde, anticipándose en muchos años a Umberto Eco, “deja autorizado a todo escritor futuro de impulso y circunstancias que favorezcan un intenso trabajo, para corregirlo y editarlo libremente, con o sin mención de mi obra y nombre. No será poco el trabajo. Suprima, enmiende, cambie, pero si acaso, que algo quede”.
Fue un adalid de subversiones culturales y literarias en épocas de anhelo de otras transformaciones, de otros cambios queridos. 


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