sábado, 19 de enero de 2013

"Diario de mi viaje a China"


Por José Lasaga
Desde el 11 de abril y hasta el 4 de mayo, según informa la editora en su nota de presentación, Barthes formó parte de un viaje organizado a China, junto al grupo de la revista parisina Tel Quel, Philip Sollers, Julia Kristeva y Marcelin Pleynet, y el filósofo Jean Whal.

Todos ellos escribieron a su vuelta sobre aquel inmenso país, puesto de moda por la Revolución Cultural, de la que aún no se conocían las atrocidades perpetradas bajo su inspiración. La fantasía colectiva de la revolución maoísta llegaba al París estragado por el fracaso del mayo francés, pero en pleno proceso de radicalización hacia las formas de guerrilla urbana, que luego degenerarían el mortífero y vulgar terrorismo. La publicación de estos diarios mucho tiempo después de su escritura es reveladora de un instante de nuestro reciente pasado intelectual y pone algo de luz acerca de cómo el mito revolucionario y anti-burgués siguió trabajando en la mente de aquellos esforzados hombres de letras. Es lo que justifica hoy su aparición.

Los comentarios a vuela pluma que acogen los tres cuadernos podrían dividirse de infinitas maneras. Proponemos, no sin cierta arbitrariedad, distinguir entre “pertinentes” e “impertinentes”, siendo, con mucho, más jugosos e interesantes los segundos. Son los primeros los que cuadran a un “intelectual” responsable que visita la nueva patria de la revolución, notas de estudiantes aplicado, sobre el tamaño de la grúas de los astilleros, la producción de tractores de la inmensa fábrica, las innovaciones que la revolución cultural han introducido en la práctica de la medicina china (acupuntura), la recepción de los textos clásicos del marxismo europeo, la historia de la revolución china y las interminables discusiones con los profesores de las universidades que visitan, siempre bajo la atenta vigilancia de los traductores de la agencia estatal. De entre los impertinentes, las ironías con que pespuntea las aplicadas anotaciones anteriores. Por ejemplo, cuando llama “ladrillo” a la unidad de significación del discurso oficial que se repite en cada visita; o cuando constata la decoración que preside los lugares a que les llevan: “Y siempre al fondo, los cuatro cromos de los germano rusos [Marx, Engels, Lenin y Stalin] con Mao al frente”. Por supuesto, el hombre, detrás del semiólogo de acerada inteligencia, trasparece en las anotaciones: alusiones a su sexualidad, escepticismo ante la férrea organización del viaje que impide cualquier sorpresa, en fin, ganas de tomarse un buen café o ir de tiendas.

El balance que Barthes seguramente añadió después de repasar sus notas resulta notablemente revelador de su perspicacia, pero también de la eficacia de los sistemas totalitarios para ocultar la realidad. Volvió pensando que el maoísmo había alcanzado “la satisfacción de las necesidades”. Pero se mostró perplejo sobre “el lugar del poder”. Aunque no totalmente porque también escribió: “Personalmente, no podría vivir en ese radicalismo, en ese monologismo arrebatado, en ese discurso obsesivo, monomaníaco”.
"Diario de mi viaje a China"
Roland Barthes
Paidós, 2010
ISBN: 9788449323638



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